Historia de las Chimeneas (I)

Las chimeneas han sido utilizadas desde siempre por la humanidad y son casi tan antiguas como el descubrimiento mismo del fuego. Tradicionalmente, los usos de la chimenea han sido los más importantes para la supervivencia, pues además de ser un lugar en el cual cocinar los alimentos, también mantienen la temperatura necesaria para mantener a la familia confortable durante el invierno o simplemente en noches frías.

 

Las chimeneas han sido utilizadas desde siempre por la humanidad y son casi tan antiguas como el descubrimiento mismo del fuego.

 

Pero la chimenea es también un lugar de reunión, frente al que las personas se sienten seguras y charlan de forma especial, al abrigo del fuego. Este artículo pretende proporcionar una historia general de las chimeneas, desde la Antigüedad hasta nuestros días.

Las chimeneas en la Antigüedad

En los primeros períodos de la civilización occidental era normal encontrar ‘fire pits’ en las estancias, es decir, pequeños agujeros que permitían realizar un fuego dentro de las estancias para combatir el frío. En palacios y domos tanto del período helenístico, como de la Roma Clásica era normal encontrar sistemas de calefacción central parecidos a hornos que se alimentaban de hogueras situadas fuera de la estancia y que permitían calentar completamente la casa, así como el agua que sus habitantes utilizaban.

Pero no fue hasta la llegada de los edificios de varias plantas cuando las chimeneas ocuparon la pared exterior de la vivienda, de modo que con piedras se construía la salida de ventilación. Curiosamente, los primeros modelos de chimenea tal y como la conocemos no poseían ventilación vertical, sino horizontal, lo cual producía problemas en la salida de humos, que a veces, volvían hacia la habitación.

Se considera que este tipo de salida de humos vertical es la innovación más importante en la historia del diseño de chimeneas.

El siglo XVII

Fue en este siglo cuando el príncipe Ruperto de Rin, perteneciente al Sacro imperio Romano-germano, pero refugiado inglés durante la mayor parte de su vida, creo un sistema de emparrillado o rejilla que permitía al aire entrar por debajo del combustible, logrando que el fuego permaneciera vivo durante más tiempo y logrando apartar la molesta ceniza. Su diseño incluía también el clásico conmutador del flujo de aire, que permitía variar el tiro de la chimenea, permitiendo al aire entrar o salir.

En los albores del siglo XVIII

El gran genio americano Benjamin Franklin creó la conocida como estufa Franklin. Esta estufa de hierro fundido estaba diseñada para ofrecer calor a las estancias y era capaz de hacerlo incluso cuando el fuego se había extinto en su interior, gracias a la capacidad del metal para retener la energía calorífica. Esta innovación devolvió a la chimenea al centro de las estancias, ya que esta estufa logró eliminar el molesto humo. La eficiencia calefactora, así como la comodidad de uso mejoró de forma exponencial. Pero este gran invento presentaba un problema de seguridad, y es que los incendios se producían de forma común con este tipo de estufas, dada su ubicación en las estancias y el intenso calor que eran capaces de producir.

Comienza el siglo XIX

El Conde Rumsford se encargó de rediseñar la chimenea, logrando hacerla más segura y mejorando aún más las salidas de humo. Su adaptación logró que las chimeneas se incorporaran a las paredes de las casas, en lugar de unidas exteriormente. Un ingenioso sistema en el que un pequeño embudo en la primera parte de la salida de humos, permite que el fuego ascienda y el humo escape rápidamente fuera de la vivienda.